lunes, 8 de octubre de 2012

La crisis de la economía uruguaya


El crack de los años 30, generada en Estados Unidos pero con alcance casi global, y la posterior disminución y cambio de estructura del comercio mundial, golpeó a un Uruguay ya envuelto en crecientes problemas derivados de la crisis del modelo agroexportador primario que describieramos en la primera sección de este trbajo.
La crisis en Uruguay tuvo los elementos comunes a las depresiones del sistema económico capitalista con sus pecualiaridades históricas: un cambio de marco institucional con la suspensión del sistema democrático por el golpe de estado de Terra, disminución drástica del salario real implementado por la dictadura,  quiebre de empresas.
Pero también contuvo elementos que la diferenciaron de otras crisis y que reconocieron por un lado la extrema vulnerabilidad de una economía basada en la exportación de productos primarios y por el otro la necesidad (y conveniencia para los interesados) de desarrollar alternativas rentables de inversión para los excedentes ganaderos.
El gobierno de Terra, llevado por la severa crisis a que lo constriñeron las bajas exportaciones, comenzó a intervenir en el comercio exterior a través del control de cambios. Por la vía de las regulaciones se empezó a promover una industrialización sustitutiva de importaciones cualitativamente distinta a la que se desenvolvió hasta 1930.
Así el PBI expresado en volumen físico disminuyó fuertemente a partir de 1930 para comenzar a recuperarse en 1934. El crecimiento total, de la mano del rápido desarrollo industrial, se aceleró a partir de la segunda mitad de la década del 30 hasta la crisis del 39, para retomar con fuerza el sentido positivo a partir de 1944 y hasta 1957, lo que hizo crecer la economía (medida por el Producto Bruto Interno con todas las observaciones ya planteadas) a una tasa del 3,7% anual acumulado.
La ganadería se mantuvo prácticamente estancada durante el período (lo que condujo al estancamiento a largo plazo del sector agropecuario, dado que prácticamente toda la superficie explotable del país se vincula a la producción ganadera) y sujeta a las oscilaciones de precios resultantes de las distintas fases por las que atravesó el mundo desarrollado como fuera descrito en la primera parte de este capítulo. La lechería y la agricultura extensiva fueron en el sector primario las únicas excepciones a esta tendencia: la lechería experimentó un crecimiento acelerado después de 1945 para luego comenzar a reducir su ritmo, la agricultura tuvo un primer período de crecimiento sostenido hasta 1955 que se revirtió luego para alcanzar los niveles anteriores a la fase de expansión.
El crecimiento de la producción ganadera, una vez agotada la etapa de apropiación de tierras destinadas a tal fin, proceso que se produjo  en el siglo XIX, dependió del avance tecnológico lo que en el caso de Uruguay se expresó en dos vertientes: el mejoramiento de las razas utilizadas experimentados durante finales del siglo XIX y principios del XX y la mejora de las pasturas (pasaje de ganadería extensiva a intensiva) que permite una mayor cantidad de animales por unidad de tierra utilizada.
El avance tecnológico es viable cuando la adopción de nuevas técnicas de producción, en este caso por los empresarios agropecuarios, incrementa los beneficios o excedentes obtenidos en cada período de producción, como hemos analizado y modelizado en los capítulos anteriores. Estos beneficios dependen de los ingresos obtenibles y del capital constante y variable utilizado.
 El precio internacional es el primer factor a considerar en la determinación de los ingresos de la ganadería uruguaya: como hemos visto en el apartado previo referente a la economía mundial los términos de intercambio se deterioraron con relación a los productos manufacturados, con la excepción de los años de la guerra de Corea, ya sea como resultado de la evolución del capitalismo mundial y el cumplimiento de la ley de valor, ya sea por el proteccionismo creciente de los países desarrollados en este rubro y por los mecanismos de apropiación de excedentes al dominar la cadena de comercialización de los mismos[i].
La ganadería extensiva practicada en Uruguay implica bajos costos de producción, donde el principal y casi exclusivo capital constante es la tierra y es muy baja la utilización de capital variable. Esto permitió que en el período considerado, a pesar de la tendencia de los precios internacionales, el sector ganadero obtuviera excedentes muy importantes en su producción. Pero estos excedentes no fueron reinvertidos en el sector: el desarrollo de praderas artificiales que permitieran aumentar la producción, principal posibilidad de avance tecnológico que se presentaba en ese momento, no fue considerado por los propietarios agropecuarios debido a que en las condiciones uruguayas era una opción de menor rentabilidad y mayor riesgo. Todavía en 1986 solamente 1,2% de las superficies de explotación ganadera consistía en  praderas permanentes, 1,4% en campos fertilizados y 0,7% de forrajes anuales.
Una característica diferencial de Uruguay con respecto a otros países de Latinoamérica (y especialmente de los situados en áreas tropicales) fue que los poseedores de los medios de producción en el campo (tierras y ganados) eran de origen nacional, lo que tuvo una influencia decisiva a la hora de decidir el destino de los beneficios obtenidos: anulada la posibilidad de reinversión en su propio sector, una parte se orientó al consumo suntuario de bienes importados y otra fue colocada en el exterior (principalmente en la etapa final del período cuando se vive la crisis del modelo de sustitución de importaciones), pero en sus inicios y especialmente durante y después de la segunda guerra mundial la mayoría de los excedentes se dirigieron a inversiones en la industria y la construcción.
El crecimiento industrial del país se financió fundamentalmente con capitales nacionales debido a que, además de la razón anteriormente anotada, las inversiones de las grandes multinacionales se dirigieron a otras áreas del mundo. Las corporaciones norteamericanas estuvieron absorbidas por actividades altamente rentables: la economía de guerra 1939 – 1945, la reconversión industrial de la posguerra, la reconstrucción europea, entre otras. Complementariamente, al capital nacional le era difícil acceder a esas mejores posibilidades de ganancia.
Como consecuencia la expansión de la industrialización protegida y sustitutiva de importaciones se aceleró durante la década del 40 y se concentró en determinadas ramas productoras de bienes de consumo, superponiéndose a la existencia previa de agroindustrias, tales como textil, curtiembre y frigorífica. Los excedentes nacionales se volcaron a la inversión industrial, impulsando el crecimiento, al amparo de las medidas proteccionistas que la situación internacional permitía y que aumentaban la rentabilidad de los sectores industriales. Si bien legislación de ese tipo existía desde fines del siglo XIX, las condiciones económicas que hicieron factible una industria protegida se dieron a partir de la década del 30. Un cambio cualitativo en las políticas de protección resultó de la pérdida de importancia de la protección arancelaria y su sustitución por el contralor de importaciones y exportaciones, mediante permisos previos, prohibiciones y tipos diferenciales de cambio, proceso que se dio entre 1934 y 1937 y que tuvo como objetivo disminuir el déficit de la balanza comercial.
La convergencia de una importante acumulación de divisas, un mercado interno en expansión (por una mejora del poder adquisitivo general y una más equitativa distribución del ingreso) y la protección del Estado que aseguraba a las industrias manufactureras un mercado cautivo, crearon un marco propicio al crecimiento. Entre 1945 y 1955 se produce el período de mayor crecimiento industrial, aumentando la ocupación de mano de obra en un 45% y la producción un 97%, lo que muestra un intenso incremento de la productividad laboral. El papel impulsor del crecimiento lo desempeñaron industrias dinámicas tales como maquinaria, electrotecnia, petróleo, metálicas básicas y química, aunque el crecimiento de las industrias dirigidas a bienes de consumo también fue importante.
Las nuevas ramas industriales que se instalaban utilizaban medios de producción importados y no generaban avance tecnológico en el tejido de empresas nacionales. En algunos casos se trataron de filiales de empresas manufactureas norteamericanas y europeas. Al estar dedicadas, en buena medida, al consumo interno no cambiaron el perfil de comercio exterior del país, excepto en la sustitución de bienes de consumo final por la de medios de producción, maquinarias y materias primas, cuya importación fue incentivada a través de la reducción de aranceles y exoneraciones impositivas como forma de acelerar el precario proceso de industrialización. Esta tendencia al cambio de composición de las importaciones, por el doble efecto de la sustitución de bienes de consumo finales y el incremento de los bienes de capital, es coincidente con el hecho de que los países desarrollados crecientemente derivaron (conscientemente y por la propia dinámica del sistema capitalista) la producción de bienes de bajo contenido tecnológico hacia terceros países, reservándose la fabricación de bienes de alta tecnología entre los cuales se encuentran los medios de producción.
Esta etapa dinámica y compleja se dio similarmente en todas las economías del conos sur americano  con un notable crecimiento cuantitativo y cualitativo en ramas tales(y según el país) como la siderurgia, la petroquímica, la producción de electricidad y la de automóviles. Sin embargo, al mismo tiempo, comenzaron a percibirse los problemas de este modelo de acumulación en todos los casos, con la excepción parcial de Brasil que avanzó más que el resto de los países del área en el desarrollo de una industria de medios de producción impulsado por la persistencia en el tiempo y el esfuerzo de las políticas industrializadoras que los sucesivos gobiernos implementaron.
A partir de 1955 en Uruguay, coincidentemente con el fin de la guerra de Corea, el proceso de acumulación industrial llevó a un exceso de capacidad y capital constante en el sector industrial no exportador. Los reducidos límites del mercado interno que junto con la dependencia tecnológica (la industria surge en Uruguay cuando la producción de equipos y la tecnología se realizan en los países desarrollados, agravado porque las escasas actividades de investigación e innovación fueron realizadas por las empresas públicas con magros resultados[ii]) y las crecientes escalas de producción que de ellas se derivaron implicó la falta de oportunidades rentables de inversión en el sector con el consiguiente estancamiento de la producción industrial que había sido el motor del crecimiento en el período.
El proceso de crecimiento industrial, y el consumo de la población al acceder a un mejor nivel de vida como resultado de ese proceso, implicó un aumento considerable del volumen de importaciones. Aumento de necesidad de divisas que no podía ser balanceado por una industria dirigida principalmente al mercado interno y por una ganadería que, si bien orientada a la exportación, se había estancado en su crecimiento. Las grandes reservas acumuladas durante la guerra permitieron al Estado, donde el grupo de industriales nacionales tenía una representación superior a su capacidad económica con relación a los sectores ganaderos, retardar y graduar la inevitable crisis a que las contradicciones del sistema lo arrojaban.
A finales de los años 50, durante la década de los 60 y hasta principios de los 70, punto final del período considerado en este capítulo, la producción total del país se estancó y el crecimiento económico fue apenas un 0,6% anual,  una cifra menor a la tasa natural de crecimiento de la población. El agotamiento del proceso de industrialización sustitutiva condujo, junto con una producción agropecuaria ya estancada desde los años 30, a una progresiva disminución de las oportunidades de invertir con rentabilidad en la economía local. La falta de reinversión de los excedentes extraídos a los trabajadores uruguayos (ya sea por el crecimiento de las inversiones especulativas, del consumo suntuario o por su radicación en el exterior) implicó tasas prácticamente nulas de crecimiento y dio lugar a una larga crisis con las consecuencias de agudos desequilibrios.
Por su estructura productiva interna y el tipo de inserción en la división internacional del trabajo, basado en la ganadería extensiva, esta misma falta de proyectos rentables implicó que a diferencia de otros países de América Latina (principalmente Brasil y en menor medida Argentina), Uruguay no resultó un país atractivo para la inversión transnacional directa en ese período. El comercio exterior del país siguió apoyado en los productos pecuarios y los lazos fundamentales de subordinación del Uruguay a los países desarrollados continuaron funcionando en las áreas comerciales y financieras mientras que, si bien en las productivas los capitales eran mayormente nacionales, reforzó el condicionamiento tecnológico que había existido desde los orígenes de su incorporación a la economía mundial.
Uruguay llegó entonces a fines de los 50 con una producción global totalmente estancada. Los sucesivos gobiernos se vieron obligados a recurrir al Fondo Monetario Internacional, con quien se firmó un primer acuerdo en 1960. Hasta ese año Uruguay había mantenido realciones formales con los organismos internacionales pero había rechazado sus recomendaciones sobre la economía. Pero entre 1960 y 1972 se firmaron 6 cartas de intención, aumentando además la influencia económica y financiera ( y política) norteamericana.
 La crisis se profundizó a lo largo de los años: a partir de 1962 las tasas de crecimiento del PBI per cápita fueron negativas. La tasa de inversión bruta se situó apenas por encima del 10%. La inflación comenzó a crecer gradualmente hasta llegar a valores superiores a los tres dígitos en 1968. Las tasas de desempleo, a pesar de ser amortiguadas por una fuerte migración que se inició en la primera mitad de los años 60 y que involucró hasta 1975 al 11% de la población total, alcanzaron valores del 8%  inéditos para el país luego de la Segunda Guerra Mundial. La carencia de opciones laborales también llevó a un crecimiento de las actividades no productivas: hacia el final del período considerado más de la mitad de la población económicamente activa del Uruguay estaba vinculada a las actividades terciarias, con un gran peso en cuanto a ocupación del sector público. Cabe señalar que el sector agropecuario mostró una baja y descendente importancia relativa como fuente de trabajo debido al carácter extensivo de su producción.
Como en otras grandes crisis del sistema capitalistas, el mecanismo restaurador estará dado por la disminución del salario real y de la composición orgánica del capital: a partir de 1968 comienza a desarrollarse un proceso de transformación de la estructura política y del Estado cuya culminación es el golpe militar de 1973, que posibilitaría una política represiva. Con ello se propiciaba el advenimiento de un reajuste en la base económica que incluyó una reinserción internacional de la economía uruguaya, en el marco de los cambios que desde los países desarrollados se impulsaban para retomar la detenida acumulación de capital,  y la aparición de nuevos grupos de poder dentro de la clase dominante, dando lugar a una nueva fase de crecimiento y acumulación.

 
[i] La discusión de que factor es más importante para explicar este deterioro no ha culminado al paso de los años. Ver Pereira (1994), Foreman Peck (1995), Carrera y Casado (2000), Freeman (2000), Cashin (2002)

[ii] Katz (2000) enumera y analiza los motivos de este negativo hecho que se dio en la casi totalidad de América Latina: “Más de dos terceras partes de los esfuerzos de I&D eran, durante esos años, financiados y
ejecutados en el ámbito del Estado…como parte de una estrategia global de gobierno que ponía al
Estado como 'motor' de la economía y como responsable último del desarrollo científico tecnológico
de la sociedad. ..Es poco o nulo el compromiso que los grandes conglomerados de capital nacional exhiben durante esos años con el desarrollo de una base tecnológica propia relacionada con la explotación de los ricos recursos naturales disponibles en la región…el alto nivel de protección externa, y la presencia de demanda excedente y 'colas' en un sinnúmero de mercados, milita contra la aparición de conductas pro competitivas e innovativas “profundas” al interior del aparato industrial.”

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